10 diciembre, 2014



Almohadas Negras

La última vez que escribí fue aquella noche, aquel diciembre, entre las tinieblas de los acontecimientos… Me sentía asfixiada, el dolor no me dejaba respirar, miraba a mí alrededor buscando alguna manera de surgir, quería que todo fuese un sueño, una pesadilla.

Esa fue la noche, la peor noche… donde mi silencio, la oscuridad y mi bolígrafo fueron los testigos de la tortura caminante; esa fue la noche en que lloré tanto que no dejé lágrimas para después.

Por un momento me convencí que todo era mentira, una broma pesada de la vida, pero, seguían pasando los días y esa lágrima en el corazón latía. Hui.

Hui tan lejos como pude; le hui a las tristezas, al dolor, a las tinieblas y mientras más y más huía de esa realidad agobiante, veía algo radiante, por allá, algo que me llamó tanto la atención que me llevo a acercarme.

Mientras más cerca, más brillaba, más me gustaba; esa cosa brillante le daba una tonalidad distinta a mi vida, una tonalidad que no recuerdo haberla tenido pero que sin duda alguna formaba parte de mí, era mi vida.

Por fin llegue al lugar, cuna del brillo deslumbrante, lugar en el que esperaba quedarme pero no encontré aposento, solo un espejo, un triste y astillado espejo.

Recuerdo que pensé -“Así es la vida”-, nada es tan bueno como parece, en lo único que se debe confiar es en la convicción que tengas para enfrentarte, retarte y superarte. Decidí.

Decidí alzar la cabeza y abrir los ojos, sorpresa para mí que en el espejo estaba mi reflejo y que ese brillo que veía emanaba de mí, de mis ojos, de mi sonrisa; fue tanto mi asombro que empecé a revisarme –“¿Cómo es posible que sea tan radiante y no notara?”- Pensé.

Pensé en mí, en mi vida y en todos esos momentos donde creí ser feliz y no lo era. Me di cuenta que mi felicidad es producto de mi obediencia a las ganas, a mis ganas, esas ganas que están dentro de mí como una chispa ardiente que desemboca a través de mis ojos y de mi sonrisa.

Fue exactamente allí, y así, que me di cuenta que siempre brillé pero no lo noté porque aun tenía esa sabana obscura sobre mí, esa sabana con la que dormí tantos años, incluso esa noche, esa sabana que quité y jamás volveré a poner.

…Esa fue la noche, la peor noche, la noche donde mi silencio, la oscuridad y mi bolígrafo fueron testigos de una tortura caminante; esa fue la noche en que lloré tanto que no dejé lágrimas para después. Esa fue la noche, la última noche, la noche en que decidí que jamás volvería a poner mis almohadas negras.



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