Almohadas Negras
La última vez que escribí fue aquella noche, aquel
diciembre, entre las tinieblas de los acontecimientos… Me sentía asfixiada, el
dolor no me dejaba respirar, miraba a mí alrededor buscando alguna manera de
surgir, quería que todo fuese un sueño, una pesadilla.
Esa fue la noche, la peor noche… donde mi silencio, la
oscuridad y mi bolígrafo fueron los testigos de la tortura caminante; esa fue
la noche en que lloré tanto que no dejé lágrimas para después.
Por un momento me convencí que todo era mentira, una
broma pesada de la vida, pero, seguían pasando los días y esa lágrima en el
corazón latía. Hui.
Hui tan lejos como pude; le hui a las tristezas, al
dolor, a las tinieblas y mientras más y más huía de esa realidad agobiante, veía
algo radiante, por allá, algo que me llamó tanto la atención que me llevo a
acercarme.
Mientras más cerca, más brillaba, más me gustaba; esa
cosa brillante le daba una tonalidad distinta a mi vida, una tonalidad que no
recuerdo haberla tenido pero que sin duda alguna formaba parte de mí, era mi
vida.
Por fin llegue al lugar, cuna del brillo deslumbrante,
lugar en el que esperaba quedarme pero no encontré aposento, solo un espejo, un
triste y astillado espejo.
Recuerdo que pensé -“Así es la vida”-, nada es tan
bueno como parece, en lo único que se debe confiar es en la convicción que
tengas para enfrentarte, retarte y superarte. Decidí.
Decidí alzar la cabeza y abrir los ojos, sorpresa para
mí que en el espejo estaba mi reflejo y que ese brillo que veía emanaba de mí,
de mis ojos, de mi sonrisa; fue tanto mi asombro que empecé a revisarme –“¿Cómo
es posible que sea tan radiante y no notara?”- Pensé.
Pensé en mí, en mi vida y en todos esos momentos donde
creí ser feliz y no lo era. Me di cuenta que mi felicidad es producto de mi
obediencia a las ganas, a mis ganas, esas ganas que están dentro de mí como una
chispa ardiente que desemboca a través de mis ojos y de mi sonrisa.
Fue exactamente
allí, y así, que me di cuenta que siempre brillé pero no lo noté porque aun
tenía esa sabana obscura sobre mí, esa sabana con la que dormí tantos años, incluso
esa noche, esa sabana que quité y jamás volveré a poner.
…Esa fue la noche, la peor noche, la noche donde mi silencio, la oscuridad y mi bolígrafo fueron testigos de una tortura caminante; esa fue la noche en que lloré tanto que no dejé lágrimas para después. Esa fue la noche, la última noche, la noche en que decidí que jamás volvería a poner mis almohadas negras.
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…Esa fue la noche, la peor noche, la noche donde mi silencio, la oscuridad y mi bolígrafo fueron testigos de una tortura caminante; esa fue la noche en que lloré tanto que no dejé lágrimas para después. Esa fue la noche, la última noche, la noche en que decidí que jamás volvería a poner mis almohadas negras.
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